
CAVIAHUE
Volvimos a Caviahue después de 20 años.
Seguía siendo tan especial como lo recordábamos, aunque esta vez lo vivimos distinto.
Este pequeño pueblo de montaña, a orillas del lago que lleva su nombre, está rodeado de araucarias milenarias y montañas que, en invierno, se cubren con tanta nieve que el paisaje se transforma por completo. El clima extremo es parte de su identidad: algunos locales nos contaron que, por sus condiciones, hay buzos que se preparan para expediciones a la Antártida en el lago.
Aunque es más conocido por su versión invernal y su centro de ski, el otoño nos pareció una gran época para visitarlo. Todo se vuelve más calmo, y los senderos están prácticamente vacíos.
En este viaje descubrimos un lugar no tan difundido, pero que nos pareció increíble: el Puente de Piedra. Un trekking corto lleva hasta este puente natural, formado hace miles de años por la fuerza de la naturaleza.
Por la época en que viajamos, conocimos la trashumancia, una práctica ancestral que no sabíamos que existía. Nos detuvimos varias veces a observar cómo los pastores locales recorren kilómetros a pie con sus rebaños, cruzando montañas en busca de mejores pasturas según la estación. La palabra viene del latín y significa “moverse a través de la tierra”. Hay algo poético en ese esfuerzo por migrar hacia lo que permite crecer.
Finalmente, volvimos al Salto del Agrio. A pocos kilómetros del pueblo, el río cae en una cascada de más de 60 metros, rodeada de rocas que parecen talladas a mano. La actividad volcánica tiñe todo de colores: minerales como el azufre, el hierro y el cobre se mezclan con la piedra y forman franjas que van del verde al ocre, del amarillo al rojo. Todo cambia según la luz y la estación. Corona la escena un arcoíris que flota sobre la bruma, haciéndola aún más espectacular.